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Sube la audiencia de Haití

Eran casi las cinco de la tarde del 12 de enero del presente año, cuando la tierra comenzó a temblar. A 15 kilómetros de Puerto Príncipe, la capital de Haití, y a 10 metros de profundidad estaba el epicentro del terremoto más fuerte registrado en la zona desde 1770. Con una magnitud de más de 7 grados y varias réplicas que superaron los 5 puntos en la escala, el mayor terremoto que jamás han captado nuestras cámaras de televisión provocó terror, huidas, lágrimas y, sobre todo, muerte.

Fueron más de 300.000 las víctimas mortales de aquel suceso, otro tantos heridos, más de 5.000 amputados y medio millón de personas que tuvieron que dejar su hogar, ahora convertido en escombros, y desplazarse a otras provincias, fuera de la capital. Las calles de Puerto Príncipe se convirtieron en un cementerio de casi 30.000 kilómetros cuadrados, donde los restos humanos se confundían con los escombros de las endebles edificaciones derruidas.

Tanta tragedia y sólo nos hizo falta un mes para borrarlo todo de nuestra mente. Sin embargo, la realidad es que las ayudas humanitarias, a pesar del esfuerzo de muchas organizaciones no gubernamentales, que hicieron todo lo que estuvo en su mano, llegaron tarde y mal. Los grandes organismos internacionales y las ricas y desarrolladas potencias prometieron y prometieron, pero pronto se lavaron las manos, dejando al país antillano sumido en la miseria más absoluta. 

Y la prueba la tenemos en la Cumbre Mundial por la reconstrucción de Haití, celebrada en la República Dominicana unos meses después del suceso. Dejando a un lado el hecho de que la Cumbre en cuestión se celebró entre las paradisíacas playas de Punta Cana, con sus resorts y sus complejos vacacionales de cinco estrellas, lugar que no parece el más apropiado para tratar un tema tan serio como éste, el transcurso de la misma estuvo marcado por la insultante ausencia de la mayoría de los principales mandatarios y líderes del mundo. 

Y es que la moda ya había pasado, ya nadie hablaba de Haití, los medios ya no le dedicaban ni un minuto a la desastrosa situación en la que estaba sumido el país. Eso o es que quizá se quedaron todos tomándose una piña colada debajo de algún cocotero, quién sabe.

El caso es que Haití vuelve a estar de moda. Ahora es el terrible brote de cólera que padecen los supervivientes de aquel terremoto lo que ocupa cada portada, ahora todo el mundo vuelve a preocuparse por Haití. Los países envían ayudas urgentes, los organismos internacionales se llevan las manos a la cabeza y los líderes hablan de solidaridad, de humanidad… Más allá de la definición aportada por la RAE, ¿sabrán acaso de lo que hablan?

¿Y qué ha pasado con Haití todos estos meses? Ha transcurrido casi un año desde que el mortal seísmo que azotó el país, y nadie se ha preocupado en profundidad hasta ahora. Eso sí, Estados Unidos se ocupó rápido de enviar al país miles de efectivos armados, con el fin de evitar la presencia militar de otras grandes potencias… Que cada uno saque sus conclusiones.

Sin embargo, ha sido casi un año de sufrimiento continuo, de hambre, sed, frío, muerte y más muerte. Y ahora nos alarmamos con la epidemia de cólera, ¿qué esperábamos después de tantos meses sumidos en la miseria y la escasez de recursos básicos, como la alimentación, la higiene o la sanidad?

Como siempre, el problema nos preocupa cuando ya nos ha explotado en la cara, pero es que, ya lo sabemos, los intereses políticos y las audiencias son los que nos hacen cambiar la vista hacia otro lado. La próxima vez procuraremos mirar por nosotros mismos.


Los suculentos petrodólares de Gaddafi

Con motivo del segundo aniversario de los tratados firmados entre Italia y Libia, el coronel Muamar al- Gaddafi ha viajado en visita oficial al país latino, no sin levantar una gran nube de polémica a su alrededor. Y no es para menos.

Como en el resto de sus viajes oficiales, esta vez también ha viajado escoltado por su séquito de 200 mujeres, conocidas como la ‘Guardia Amazónica’. Se trata de mujeres jóvenes y atractivas que, según se comenta, son vírgenes, expertas en artes marciales y armas de fuego, y con las que comparte jaima cada noche. Sin embargo, 200 mujeres no parecen ser suficientes para el coronel libio.

En su visita a Italia, y con motivo de un acto en el que Gaddafi aprovechó para divulgar su ansia de islamización en Occidente, 500 mujeres italianas fueron contratadas para el evento, pagándoles entre 70 y 100 euros a cada una. A todas ellas, azafatas y modelos, jóvenes de entre 20 y 30 años y con el requisito de medir más de un metro sesenta y cinco centímetros, la organización les pidió que acogieran con una gran ovación al líder libio, como si se tratara de un gran harén que alaba a su señor. Lo más triste de todo es que voluntarias no faltaron.

Pero aquí no queda la cosa. Con el islamismo por bandera, tres jóvenes italianas fueron convertidas a esta religión, delante de todas las presentes. Gaddafi, como no, como gran anfitrión, no dudó en asegurar que el Islam es más respetuoso con las mujeres que la civilización occidental y que “debería convertirse en la religión de toda Europa”.

Tras estas controvertidas declaraciones y tal despliegue de sexismo y humillación a las mujeres, la prensa italiana se ha echado las manos a la cabeza. Sobre todo porque su propio presidente, Berlusconi, que también más de una vez se ha visto envuelto en algún que otro lío de faldas, ha defendido la postura de Gaddafi, alegando que “en el fondo lo del coronel es sólo folclore”.

Y es que, como siempre, son los intereses económicos los que mueven las relaciones italo-libias, y los derechos de las mujeres quedan irremisiblemente relegados a un segundo plano. Desde que en 2008 se firmara el tratado de colaboración entre ambos países, Libia ha sido la encargada de no permitir el paso marítimo de inmigrantes a su querida amiga Italia. Este acuerdo permite al país latino repatriar a los inmigrantes africanos, incumpliendo abiertamente las leyes internacionales de petición de asilo. Además, Gaddafi está acusado de “graves violaciones” a los Derechos Humanos por Amnistía Internacional y las denuncias en Libia por malos tratos y torturas a los inmigrantes son el pan de cada día.

Sin embargo, ambos países se benefician del trato y esto parece ser lo único importante. Italia mantiene a raya la inmigración africana y Libia obtiene uno de sus mayores socios comerciales, con más de cien empresas italianas invirtiendo dentro de sus fronteras. El coronel libio se ha convertido ya en el primer accionista del mayor banco italiano, Unicredit.

Así que, teniendo en cuenta estas transacciones, inversiones y grandes ganancias, que permiten a Gaddafi pagar 100 euros por una naranjada, ¿qué importan los derechos fundamentales de los inmigrantes y la dignidad de las mujeres? La respuesta es clara para los dos mandatarios: nada.

Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra

Sakineh Mohammadi Ashtiani tiene 43 años, vive en Irán, es madre de dos niños y el 27 de mayo de 2007 fue condenada a morir lapidada.

Todo comenzó en 2005, cuando fue encarcelada por adulterio y, un año más tarde, castigada a recibir 99 latigazos. Cumplió el cruel castigo, pero no pareció ser suficiente. Acusada de haber mantenido ‘relaciones ilícitas’ con dos hombres, en 2007 fue condenada a la lapidación, pisoteando descaradamente cada línea de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Lo más curioso es que, de los cinco jueces que conformaban el tribunal, dos de ellos declararon a Sakineh inocente por falta de pruebas. Los otros tres, incluido el presidente del tribunal, sentenciaron a muerte a la mujer. A falta de pruebas que dieran algún sentido a su sentencia, se acogieron al ‘conocimiento del juez’, un principio recogido en la legislación iraní que da autoridad suficiente a los jueces para condenar a cualquier acusado, sin necesidad de basar dicha sentencia en pruebas fehacientes… parece que no hay más remedio que fiarse de las ‘corazonadas’ de los jueces iraníes, todo un alarde de justicia.

Así, el fatídico 27 de mayo de 2007, el Tribunal Supremo confirma la pena, cuyo indulto sólo depende de la Comisión de Amnistía e Indulto, que lamentablemente ya lo ha negado en dos ocasiones.

Sin embargo, las informaciones que nos llegan de Oriente Medio son contradictorias. El pasado 8 de julio, fuentes gubernamentales iraníes afirmaron que Sakineh no sería lapidada. Sólo cinco días más tarde, Manoucher Mottaki, ministro de Asuntos Exteriores del país, sentenciaba que esas declaraciones no eran más que “propaganda occidental” y desmentía que se hubiera producido tal indulto. Ni la condenada ni su abogado han recibido aún ningún comunicado oficial al respecto.

Las organizaciones internacionales pro-derechos humanos se echan las manos a la cabeza. Ante tal incertidumbre y frente a la terrible posibilidad de vivir de nuevo una lapidación, ya bien entrado el siglo XXI, Amnistía Internacional ha decidido mover ficha. Aprovechando la visita a España de Mottaki, el pasado 12 de julio, se le ha hecho entrega de más de 100.000 firmas, con el fin de hacer fuerza por la suspensión de la ejecución. Sin embargo, cualquier cosa puede aún pasar, la vida de Sakineh pende de un hilo y, por supuesto, del ‘conocimiento del juez’…

No hay más que echar la mirada atrás en la historia y ser conscientes de que la lapidación es uno de los medios de ejecución más ancestrales del mundo… y más crueles. Con el preso atado, tapado con una tela y enterrado casi hasta los hombros, una jauría humana lanza piedras al ‘bulto’. Se trata de una muerte lenta, en la que uno de los puntos más importantes es que el condenado sufra lo más posible antes de morir.

Se trata de uno de los castigos recogidos en la ‘sharia’, el código religioso y moral por el que se rigen muchas de las leyes islámicas y que tiene el Corán como una de sus fuentes de inspiración principales. Dentro de la ‘sharia’ existe un tipo de ofensas conocidas como ‘hadd’, que se consideran crímenes muy graves y que están penadas con castigos como las amputaciones, los latigazos o la lapidación.

Aunque ‘delitos’ como las relaciones fuera del matrimonio, beber alcohol, robar, o realizar acusaciones falsas son susceptibles de merecer esta pena, también hay que decir que la mayoría de los países de Oriente Próximo no han adoptado estas medidas en sus legislaciones estatales. Parece ser que éste no es el caso de Irán.

Pero no hay que irse a otras culturas y otras religiones para encontrar este tipo de castigos aberrantes. Sólo hay que echar un ojo a la Biblia, donde se hace referencia a la lapidación en muchos de sus versículos:

- Éxodo 24:14: “Haz salir a este blasfemo del campamento. Que todos los que le hayan oído blasfemar le pongan las manos sobre la cabeza. Y después toda la comunidad le hará morir apedreado.”

- Deuteronomio, 13:6-10: “Si te incitare tu hermano, hijo de tu madre, o tu hijo, tu hija, tu mujer o tu amigo íntimo, diciendo en secreto: Vamos y sirvamos a dioses ajenos (…) le apedrearás hasta que muera, por cuanto procuró apartarte de Jehová tu Dios.”

- Deuteronomio 22:20-21: “Mas si resultare ser verdad que no se halló virginidad en la joven, entonces la sacarán a la puerta de la casa de su padre, y la apedrearán los hombres de su ciudad, y morirá por cuanto hizo vileza en Israel fornicando en casa de su padre; así quitarás el mal de en medio de ti.”

La lapidación es sin duda una de las penas más crueles, inhumanas y también sexistas que han existido en la historia. Una aberración del concepto de justicia, de los derechos básicos del ser humano y de la libertad de las personas. Un atentado contra la inteligencia y la integridad de hombres y mujeres, sin importar su procedencia o condición religiosa o cultural. Una auténtica barbarie ante la que muchos, quizá demasiados, miran para otro lado.

La otra cara del biodiésel

Algunas teorías apuntan a que, si seguimos explotando de manera desmedida los yacimientos de petróleo, aproximadamente para el año 2050, habremos agotado las existencias del planeta. Terminaremos con nuestra mayor fuente productora de energía. Si a esto le sumamos las claras consecuencias negativas que este hidrocarburo ejerce sobre el medio ambiente, la opción de un nuevo carburante de origen vegetal parece la mejor.

La colza, la soja o la palma son, en la mayoría de los casos, las plantas utilizadas para la elaboración de los llamados biocarburantes o biodiésel. Así, tras extraer de sus semillas el aceite necesario, éste es analizado, refinado, filtrado y finalmente mezclado con metanol.

Desde los medios de comunicación, nos presentan esta nueva opción como la más limpia, ecológica y respetuosa con el medio ambiente, sin embargo nos preguntamos si realmente estamos frente a un balance energético y medioambiental positivo.

Kyoto, 1997. Los máximos dirigentes de los más importantes países industrializados del planeta se dan la mano en una cumbre que crearía una nueva mentalidad verde en la Tierra. Fue el llamado Protocolo de Kyoto. En esta ciudad japonesa, se establecieron un conjunto de medidas para reducir las emisiones de efecto invernadero a la atmósfera. Y una de estas iniciativas fue la incorporación de los biocarburantes en los depósitos de nuestros coches, teniendo que llegar producir más de tres millones de toneladas de biodiésel puro para el año 2020. Se trata sin duda de un objetivo realmente ambicioso.

El consumo en España aún es pequeño, aunque ya es obligatoria su mezcla con gasóleo, en proporciones inferiores al 5%. A no ser que el porcentaje de biodiésel supere esta cifra, no es necesario etiquetarlo. Así, cada vez que repostamos el depósito de nuestro vehículo con gasóleo, una pequeña parte de ese carburante procede de fuentes vegetales, aunque no lo sepamos. Pero, ¿dónde se encuentran estas fuentes? ¿De dónde procede la materia prima? Y lo más importante, ¿dónde se cultiva?

Lo que todos pensábamos. Los países en vías de desarrollo se han puesto en el punto de mira de las grandes empresas europeas productoras de biocarburante, que han visto en sus selvas tropicales una gran fuente de inversión. La facilidad con la que poder hacerse dueños de miles de hectáreas de terreno para la explotación y la mano de obra barata son el mejor reclamo para las potencias europeas.

Así, miles kilómetros cuadrados de bosque primario son deforestados a diario para un uso muy concreto: la siembra de plantas de las que poder extraer el aceite necesario para la producción de biocarburantes. Las cientos de especies forestales y animales son suplantadas por amplias extensiones de monocultivo y la imagen verde del biodiésel se tiñe de gris.

Se trata de países que generalmente poseen una rica diversidad vegetal y animal, pero que, sin embargo, llevan décadas sufriendo una fuerte explotación maderera, que ha llevado a determinadas especies al borde de la extinción. De hecho, casi 9.000 especies de árboles están amenazadas por las garras de la extinción en todo el mundo, debido a la tala industrial. Estamos acabando con los pulmones del planeta.

Al dejar la política forestal del país en cuestión en manos del sector privado, los resultados han sido el aumento del poder de la industria extranjera y la falta de control del Estado sobre la explotación de sus propios recursos. Además, la corrupción y los escasos controles forestales de estos países favorecen, en muchos casos, la tala ilegal.

Los bosques cubren en la Tierra aproximadamente una cuarta parte de su superficie. Sin embargo, no siempre fue así. Cerca del 80% de los bosques originales del plantea han desaparecido. Sólo en el Amazonas, perdemos 2.000 árboles por minuto, unos siete campos de fútbol por minuto.

Representamos la mayor amenaza jamás sufrida por los sistemas de vida de la Tierra. El abuso indiscriminado de los recursos naturales en las últimas décadas nos ha convertido en un depredador insaciable para la naturaleza. La quema de combustibles fósiles y bosques libera gran cantidad de dióxido de carbono a la atmósfera, causando un calentamiento global y, como consecuencia, el temido cambio climático.

Millones de hectáreas son taladas e incineradas para la conversión de estas tierras en cultivos de soja, colza o palma y la posterior producción de biocarburantes. Indonesia se ha convertido ya en el primer emisor de gases de efecto invernadero del mundo, debido a la deforestación. Así, durante los últimos 50 años, se han destruido cerca de 74 millones de hectáreas de los bosques indonesios, para la producción de biocarburantes. Este tipo de acciones podrían ocasionar un verdadero cataclismo para el clima y la biodiversidad del planeta.

Toda reducción de emisiones de gases contaminantes a la atmósfera es importante, pero ¿podemos pasar el problema de un lugar a otro? La utilización de biocarburantes, en efecto, disminuye la emisión de estos gases nocivos, pero ¿qué ocurre cuando para su producción se requiere la quema indiscriminada de millones de hectáreas de bosque?

La implantación de biocombustibles en España aún está en una fase inicial. Nadie sabe cuál será el futuro de esta nueva fuente de energía, ni cómo se desarrollará, ni qué precio social y ecológico tendremos que pagar por ella.

Hace más de diez años, los grandes líderes del mundo industrializado tuvieron una gran idea para salvaguardar nuestros pulmones: la utilización de biodiésel disminuiría las emisiones de CO2 a la atmósfera. Pero ¿consideraron las repercusiones de su ambiciosa decisión? Llegar al 10% de utilización de biocombustibles para el año 2020 podría suponer serios problemas para la calidad de la tierra y la biodiversidad del planeta, además de la destrucción de las selvas tropicales. El debate está servido.

La crisis de la Tierra Prometida 

El pasado día 30 de mayo, una flotilla cargada de ayuda humanitaria fue asaltada por las tropas israelíes en alta mar, cuando se dirigía hacia la Franja de Gaza. Como consecuencia del ataque, nueve activistas turcos murieron.

En estos días, mucho se ha hablado acerca del ya famoso ataque, que lleva siendo portada de las principales publicaciones internacionales desde entonces. La censura desde la Casa Blanca y la ‘rigurosa investigación’ que quiere llevar a cabo Obama, el enfado de Turquía, que de momento ha cortado relaciones comerciales y diplomáticas con Israel, la ‘reprimenda’ de la ONU y, por supuesto, las tremendas declaraciones de nuestros tres héroes españoles, que han vuelto con vida y han podido relatarnos la experiencia, poniéndonos los pelos de punta, son sólo algunos ejemplos del impacto internacional que ha tenido el hecho.

Sin embargo, parece que nadie quiere ‘mojarse’ de verdad. No sabemos muy bien qué intereses mueven a las grandes potencias en territorio israelí, pero lo que sí está claro es que la poca mano dura empleada en este asunto no está gustando nada, sobre todo a los supervivientes del ataque, que reclaman justicia y una sanción que le pare los pies a Israel.

El Gobierno de Netanyahu, en su defensa, alega que aquella flotilla poco tenía de humanitaria y que se trataba de una tapadera para proveer de armas a sus enemigos palestinos de Gaza.

El hecho es que la lucha ‘judeopalestina’ parece no tener fin. El acoso Israelí sobre la Franja de Gaza es constante, así como el bloqueo de alimentos y medicinas. ¿Qué le mueve al país israelí a continuar con esta situación ya insostenible? Y sobre todo ¿por qué esa indiferencia por parte de las grandes potencias internacionales? Hagamos un breve repaso a la historia.

En el siglo XIX, la región de Palestina pertenecía al Imperio Otomano, donde los británicos tenían gran interés en colocar sus colonias, ya que se trataba sin duda de un lugar estratégico al sur de Oriente Medio. En 1917 las tropas turcas son derrotadas por los ingleses, que crean lo que fue llamado el ‘Mandato Británico de Palestina’, conformado por Israel, Cisjordania, Jordania y la Franja de Gaza.

La Sociedad de Naciones interpuso a Gran Bretaña la obligación de “salvaguardar los derechos civiles y religiosos de todos los habitantes de Palestina”, algo un tanto irónico.

Durante los años 20, una oleada de miles de judíos llegó a estas tierras, huyendo del antisemitismo que comenzaba a fraguarse en Europa. La inmigración comenzó a crecer de manera desmesurada y la población árabe empezó a preocuparse por sus tierras, llegando incluso arremeter de manera violenta contra los judíos, a los que consideraban invasores. Ante esta situación, que pronto comenzó a descontrolarse, el gobierno británico puso una serie de límites a la inmigración, aunque la tensión entre ambos pueblos no dejaba de crecer. La ‘Gran Revuelta Árabe’ se llevó por delante cientos de vidas humanas de ambos bandos.

Con la llegada de la II Guerra Mundial, la cosa por supuesto fue a peor. Los árabes vieron la oportunidad idónea para expulsar a los judíos de su territorio, y ya de paso a los ingleses, y muchos de ellos se alistaron en las filas nazis. A pesar de que muchos de los judíos se aliaron a las potencias del Eje, los británicos, que aún tenían el control político en el territorio, continuaron poniendo grandes restricciones a la inmigración, ya que no querían perder las buenas relaciones con Arabia Saudí, gran productor de petróleo. Parece que el motor del mundo siempre ha sido el mismo.

Después de la guerra, 250.000 judíos tuvieron que buscar cobijo en campos de refugiados europeos, debido a la cerrada política de inmigración inglesa. La situación se hizo insostenible cuando los judíos comenzaron a perpetrar ataques violentos contra los británicos, que finalmente decidieron retirarse del mandato y abandonar las tierras palestinas, en 1948.

Naciones Unidas creó entonces un comité especial para Palestina (UNSCOP), que decidió formar dos estados independientes, dejando Jerusalén bajo administración internacional. La escisión era ya un hecho consumado. Así se creó el Estado de Israel, que ocupaba el 78% del antiguo Mandato Británico. El resto, es decir, Cisjordania, la Franja de Gaza y parte de Jerusalén quedó para los árabes. Sin embargo, las fronteras no dejaron de modificarse una y otra vez por las continuas guerras territoriales árabe-israelíes.

Los árabes sentían que les habían expropiado su tierra, que les habían recluido a un pequeño territorio, despojándoles de sus casas. Por su parte, los desarraigados israelíes por fin tenían un territorio al que llamar hogar, aunque, no contentos con eso, en 1967 deciden invadir la Franja de Gaza.

Desde entonces, han establecido en la zona numerosas colonias judías, causa primordial del conflicto con la población árabe. Además, la presencia militar, los puestos fronterizos y el bloqueo comercial y humanitario por parte de Israel no han ayudado a mejorar la situación.

En las elecciones palestinas de 2006, sale elegido el partido político de Hamas, cuya principal prioridad es luchar contra las fuerzas israelíes, cueste lo que cueste. Los constantes ataques de Hamas a la población civil judía y su ‘poca diplomacia’ a la hora de resolver el conflicto ha suscitado el rechazo y el aislamiento internacional, tanto diplomático como económico. Tanto ha sido así, que ya lo han calificado en todo el mundo de grupo terrorista.

Los opositores de Hamas en Palestina, formaron un gabinete en la capital de Cisjordania, desde donde operan para lograr la resolución del conflicto, que goza de un amplio apoyo internacional.

Con la llegada de Hamas al poder, las tensiones no hicieron más que afilarse. Ataques violentos en una y otra dirección han sido una constante, aunque hay que tener en cuenta la diferencia de potencial militar con la que cuentan ambos bandos. Las ya famosas intifadas han sido denominas como las batallas de ‘piedras contra balas’, sólo hay que contabilizar el número de vidas perdidas a un lado y otro de la frontera.

A finales de 2008, Israel quiso poner un punto y final a la situación y llevó a cabo un brutal ataque sobre la Franja de Gaza, donde las tropas judías arrasaron con todo lo que encontraron a su paso. En la llamada ‘operación plomo fundido’ murieron 1.400 palestinos, de los que 960 eran civiles.

Desde entonces la situación no ha hecho más que empeorar y la ONU, las potencias mundiales y los diversos organismos internacionales sólo saben mirar para otro lado.

Tras el ataque a la flotilla humanitaria, se ha tardado demasiado tiempo en reaccionar y además parece que Israel está reacio a colaborar. Habiéndose negado en rotundo a la intervención de una comisión internacional, tras las presiones de sus socios americanos Netanyahu ha aceptado crear una investigación interna, aunque ha limitado la presencia internacional. Ha defendido además públicamente la actuación de los militares, lo cual no parece que vaya a verter sobre la investigación demasiada objetividad.

Quizá la historia nos haga entender un poco mejor qué ocurre allí, a miles de kilómetros de distancia de nuestro hogar en crisis, que, tras echar un ojo a la situación de estos países, parece el menor de los problemas.

Mientras en la Franja de Gaza las personas mueren de hambre y balas perdidas, en el resto del mundo todos lamentan, pero nadie condena.

De nuevo, chapapote

“Sentí y oí la explosión. Era como si el tiempo transcurriera más lento”. Son declaraciones de Alwin Landry, el capitán de una embarcación que, el pasado 20 de abril, se encontraba muy cerca de la plataforma petrolera ‘Deepwater Horizon’, a 77 kilómetros de la costa de Luisiana. Once personas murieron debido a la explosión, que dio origen a uno de los mayores desastres naturales que ha sufrido Estados Unidos hasta este momento.

La plataforma, gestionada por la empresa energética British Petroleum (BP) era propiedad de la compañía suiza Transocean y en ella también realizaba trabajos Halliburton. Las tres empresas están siendo investigadas por posibles irregularidades en la extracción y la gestión de la plataforma, aunque entre ellas no haya más que un cruce constante de reproches y acusaciones, suponemos que intentando salvaguardar cada una sus propias y valiosísimas acciones.

Desde la catástrofe, además de las pérdidas humanas, se vierten a las aguas del Golfo de Méjico nada más y nada menos que 800.000 litros de crudo diario. En intentar controlar la fuga ya se han invertido 450 millones de dólares, 530 embarcaciones, 120 vuelos, que esparcen químicos dispersantes de dudosa eficacia, 13.000 activos humanos y otros 16.000 altruistas voluntarios. Todo un despliegue y, sin embargo, el crudo continua arrasando con todo lo que se cruza en su camino, acercándose peligrosamente a las costas de Luisiana, Alabama, Misisipi y Florida.

En vista del fracaso por parte de BP en su primer intento por contener el vertido, ahora parece que, con un nuevo tubo de extracción, situado a 1,6 kilómetros de profundidad, están consiguiendo extraer una quinta parte del crudo que se libera. El siguiente paso va a ser taponar la fuga con materiales de sellado sintéticos, aplicados con la ayuda de robots submarinos.

Sin embargo, no parece ser suficiente para solucionar el desastre, o si no que se lo digan a los dos activistas de Greenpeace encaramados a la sede de BP en Londres. Ecologistas y ambientalistas se quejan de que la NOAA (Administración Nacional Oceánica y Atmosférica) no proporciona suficiente información acerca del incidente y su repercusión en el medio natural, envolviéndolo de un halo de misterio que nadie entiende.

Esta desinformación ha llegado a tal punto que la Agencia de Protección Medioambiental (EPA) ha comenzado a publicar en su web los resultados de la limpieza y está presionando a BP para que dé a conocer toda la información relevante de las causas y consecuencias del suceso, así como las investigaciones y soluciones que se están llevando a cabo.

Tras las fuertes críticas recibidas, en la administración de Obama ya han empezado a cortar cabezas. Chris Oynes, responsable de prospecciones petroleras del gobierno de Estados Unidos, ha renunciado a su puesto y el propio Presidente ha reconocido haber sido demasiado permisivo con las compañías petroleras. Obama prevé crear una comisión especializada en investigar este incidente, así como las prácticas llevadas a cabo por las compañías de petróleo y por los organismos que supuestamente controlan su actividad.

Lo más curioso es que ya se creó una comisión similar después del accidente nuclear de ‘Three Mile Island’, en 1979, o tras la explosión del transbordador espacial ‘Challenger’, en 1986. Incluso, el fatídico derrame de crudo del Exxon Valdez, en 1989, en las costas de Alaska, condujo al gobierno de Estados Unidos a la aprobación de una nueva legislación ambiental. Lo que hoy nos preguntamos es si todo esto sirvió para algo.

Y es que, a pesar de que el comisario de Energía de la UE, Günter Oettinger, insiste en la necesidad de reforzar los sistemas de seguridad de las plataformas petroleras, con el fin de evitar desastres ecológicos como éste, irónicamente en Washington se ha presentado un nuevo proyecto de ley sobre energía, que hace hincapié en la colocación de explotaciones petrolíferas en alta mar. La excusa es alcanzar una mayor “independencia energética”, suponemos que el proyecto no contempla la posible extinción de las tortugas marinas que anidan en las playas de Florida o el desastre ecológico que suponen los químicos que están siendo utilizados para luchar contra la marea negra.

Pero es que Obama se encuentra en una encrucijada. Por un lado, el barril de Brent que cae a su mínimo de siete meses, el futuro incierto del petróleo, cuyos inversionistas se inhiben en las cotizaciones, debido a la crisis que azota la zona euro, y por otro lado, los ecologistas encaramados a los edificios. Por lo menos el incidente ha acercado posturas entre Washington y La Habana, ya que, según los expertos, el crudo podría llegar a contaminar la costa norte de la isla caribeña.

Aunque Obama no debe preocuparse, está bien ‘arropado’ por los suyos. Una reciente encuesta realizada por la agencia AP revela que la mayoría de los estadounidenses están a favor de la explotación petrolera en alta mar y en las costas. Parece que el desastre natural del Golfo de Méjico no ha tenido un gran impacto sobre la opinión pública americana.

Y mientras Chávez firmando acuerdos con petroleras de la India, Japón, España y Estados Unidos, que le acarrearán un beneficio de 40.000 millones de dólares. Cada uno a lo suyo, cosas de la vida.

Más cerca de los objetivos de Kyoto

El pasado 14 de mayo, el Consejo de Ministros aprobó tres acuerdos, mediante los que España se acercará un poco más a los objetivos marcados en Kyoto, en 1997. Así, la contribución será de 39,67 millones de euros, repartidos entre el Fondo Español de Carbono en el Banco Mundial, el Fondo de Carbono de la Facilidad de Partenariado de Carbono del Banco Mundial y la Iniciativa Iberoamericana de Carbono de la Corporación Andina de Fomento (CAF).

El Protocolo de Kyoto marcó un antes y un después en la gestión de la energía y los recursos de los países industrializados. Con objetivos muy ambiciosos, las preocupaciones principales en Kyoto fueron la promoción del desarrollo sostenible y la lucha contra el cambio climático, con una reducción inmediata de gases de efecto invernadero por parte de los 129 países que ratificaron el acuerdo.

Y para lograr este complicado compromiso, una de las bazas con la que cuentan los distintos estados es con el comercio de emisiones, es decir, la compra de estas emisiones de efecto invernadero a otros países donde es más fácil llevar a cabo la reducción de los niveles, mediante proyectos de eficiencia energética y gestión de residuos.

Así, los Ministerios de Economía y Hacienda y de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino firmaron un acuerdo con el Banco Mundial, que dio origen al Fondo Español de Carbono, al que se ha contribuido ahora con unos 15 millones de euros. El objetivo es la compra de 34 millones de toneladas de dióxido de carbono, equivalente a proyectos de medio ambiente global y de tecnologías limpias en países en vías de desarrollo.

Del mismo modo, la participación de España en el Fondo de Carbono de la Facilidad de Partenariado de Carbono del Banco Mundial ha sido de 17,5 millones de euros. La finalidad otra vez es la reducción de CO2 a largo plazo, mediante la compra-venta de créditos de carbono, resultantes de distintos programas basados en la eficiencia energética, la gestión de residuos y el desarrollo rural.

Y, por último, el tercer acuerdo aprobado por el Consejo de Ministros ha sido la contribución de algo más de 7 millones de euros a la iniciativa Iberoamericana de Carbono de la Corporación Andina de Fomento (CAF). Se trata de un acuerdo firmado en 2005 y que supone una contribución total de 47 millones de euros hasta 2012, fecha límite de los objetivos marcados en Kyoto. También aquí el acuerdo se basa en la compra de CO2 (9 millones de toneladas en este caso), equivalentes a diferentes proyectos de energías renovables.

Sin embargo, a pesar de estos últimos acuerdos firmados y según un estudio realizado por la Agencia Europea de Medio Ambiente, España no podrá cumplir los objetivos marcados en el Protocolo de Kyoto para antes del año 2012. De hecho, actualmente España es el país de la Unión Europea que más se aleja del compromiso, teniendo en cuenta que Estados Unidos, China y la India, que son tres de los países más contaminantes del mundo, no llegaron a ratificar el acuerdo.

Según los objetivos de Kyoto, el reto era reducir a nivel global un 5,2% los gases de efecto invernadero sobre los niveles existentes en 1990. Dependiendo de la situación de cada país, el aumento podía ser mayor o menor y, en el caso de España, sólo podía aumentar un 15% los niveles hasta 2012. El hecho es que, hasta este momento, hemos aumentado un 45% y, aunque nos hemos acercado al compromiso que contrajimos en Kyoto, parece que aún nos queda un arduo trabajo por delante.