20.6.10

La crisis de la Tierra Prometida

El pasado día 30 de mayo, una flotilla cargada de ayuda humanitaria fue asaltada por las tropas israelíes en alta mar, cuando se dirigía hacia la Franja de Gaza. Como consecuencia del ataque, nueve activistas turcos murieron.

En estos días, mucho se ha hablado acerca del ya famoso ataque, que lleva siendo portada de las principales publicaciones internacionales desde entonces. La censura desde la Casa Blanca y la ‘rigurosa investigación’ que quiere llevar a cabo Obama, el enfado de Turquía, que de momento ha cortado relaciones comerciales y diplomáticas con Israel, la ‘reprimenda’ de la ONU y, por supuesto, las tremendas declaraciones de nuestros tres héroes españoles, que han vuelto con vida y han podido relatarnos la experiencia, poniéndonos los pelos de punta, son sólo algunos ejemplos del impacto internacional que ha tenido el hecho.

Sin embargo, parece que nadie quiere ‘mojarse’ de verdad. No sabemos muy bien qué intereses mueven a las grandes potencias en territorio israelí, pero lo que sí está claro es que la poca mano dura empleada en este asunto no está gustando nada, sobre todo a los supervivientes del ataque, que reclaman justicia y una sanción que le pare los pies a Israel.

El Gobierno de Netanyahu, en su defensa, alega que aquella flotilla poco tenía de humanitaria y que se trataba de una tapadera para proveer de armas a sus enemigos palestinos de Gaza.

El hecho es que la lucha ‘judeopalestina’ parece no tener fin. El acoso Israelí sobre la Franja de Gaza es constante, así como el bloqueo de alimentos y medicinas. ¿Qué le mueve al país israelí a continuar con esta situación ya insostenible? Y sobre todo ¿por qué esa indiferencia por parte de las grandes potencias internacionales? Hagamos un breve repaso a la historia.

En el siglo XIX, la región de Palestina pertenecía al Imperio Otomano, donde los británicos tenían gran interés en colocar sus colonias, ya que se trataba sin duda de un lugar estratégico al sur de Oriente Medio. En 1917 las tropas turcas son derrotadas por los ingleses, que crean lo que fue llamado el ‘Mandato Británico de Palestina’, conformado por Israel, Cisjordania, Jordania y la Franja de Gaza.

La Sociedad de Naciones interpuso a Gran Bretaña la obligación de "salvaguardar los derechos civiles y religiosos de todos los habitantes de Palestina”, algo un tanto irónico.

Durante los años 20, una oleada de miles de judíos llegó a estas tierras, huyendo del antisemitismo que comenzaba a fraguarse en Europa. La inmigración comenzó a crecer de manera desmesurada y la población árabe empezó a preocuparse por sus tierras, llegando incluso arremeter de manera violenta contra los judíos, a los que consideraban invasores. Ante esta situación, que pronto comenzó a descontrolarse, el gobierno británico puso una serie de límites a la inmigración, aunque la tensión entre ambos pueblos no dejaba de crecer. La ‘Gran Revuelta Árabe’ se llevó por delante cientos de vidas humanas de ambos bandos.

Con la llegada de la II Guerra Mundial, la cosa por supuesto fue a peor. Los árabes vieron la oportunidad idónea para expulsar a los judíos de su territorio, y ya de paso a los ingleses, y muchos de ellos se alistaron en las filas nazis. A pesar de que muchos de los judíos se aliaron a las potencias del Eje, los británicos, que aún tenían el control político en el territorio, continuaron poniendo grandes restricciones a la inmigración, ya que no querían perder las buenas relaciones con Arabia Saudí, gran productor de petróleo. Parece que el motor del mundo siempre ha sido el mismo.

Después de la guerra, 250.000 judíos tuvieron que buscar cobijo en campos de refugiados europeos, debido a la cerrada política de inmigración inglesa. La situación se hizo insostenible cuando los judíos comenzaron a perpetrar ataques violentos contra los británicos, que finalmente decidieron retirarse del mandato y abandonar las tierras palestinas, en 1948.

Naciones Unidas creó entonces un comité especial para Palestina (UNSCOP), que decidió formar dos estados independientes, dejando Jerusalén bajo administración internacional. La escisión era ya un hecho consumado. Así se creó el Estado de Israel, que ocupaba el 78% del antiguo Mandato Británico. El resto, es decir, Cisjordania, la Franja de Gaza y parte de Jerusalén quedó para los árabes. Sin embargo, las fronteras no dejaron de modificarse una y otra vez por las continuas guerras territoriales árabe-israelíes.

Los árabes sentían que les habían expropiado su tierra, que les habían recluido a un pequeño territorio, despojándoles de sus casas. Por su parte, los desarraigados israelíes por fin tenían un territorio al que llamar hogar, aunque, no contentos con eso, en 1967 deciden invadir la Franja de Gaza.

Desde entonces, han establecido en la zona numerosas colonias judías, causa primordial del conflicto con la población árabe. Además, la presencia militar, los puestos fronterizos y el bloqueo comercial y humanitario por parte de Israel no han ayudado a mejorar la situación.

En las elecciones palestinas de 2006, sale elegido el partido político de Hamas, cuya principal prioridad es luchar contra las fuerzas israelíes, cueste lo que cueste. Los constantes ataques de Hamas a la población civil judía y su ‘poca diplomacia’ a la hora de resolver el conflicto ha suscitado el rechazo y el aislamiento internacional, tanto diplomático como económico. Tanto ha sido así, que ya lo han calificado en todo el mundo de grupo terrorista.

Los opositores de Hamas en Palestina, formaron un gabinete en la capital de Cisjordania, desde donde operan para lograr la resolución del conflicto, que goza de un amplio apoyo internacional.

Con la llegada de Hamas al poder, las tensiones no hicieron más que afilarse. Ataques violentos en una y otra dirección han sido una constante, aunque hay que tener en cuenta la diferencia de potencial militar con la que cuentan ambos bandos. Las ya famosas intifadas han sido denominas como las batallas de ‘piedras contra balas’, sólo hay que contabilizar el número de vidas perdidas a un lado y otro de la frontera.

A finales de 2008, Israel quiso poner un punto y final a la situación y llevó a cabo un brutal ataque sobre la Franja de Gaza, donde las tropas judías arrasaron con todo lo que encontraron a su paso. En la llamada ‘operación plomo fundido’ murieron 1.400 palestinos, de los que 960 eran civiles.

Desde entonces la situación no ha hecho más que empeorar y la ONU, las potencias mundiales y los diversos organismos internacionales sólo saben mirar para otro lado. Tras el ataque a la flotilla humanitaria, se ha tardado demasiado tiempo en reaccionar y además parece que Israel está reacio a colaborar. Habiéndose negado en rotundo a la intervención de una comisión internacional, tras las presiones de sus socios americanos Netanyahu ha aceptado crear una investigación interna, aunque ha limitado la presencia internacional. Ha defendido además públicamente la actuación de los militares, lo cual no parece que vaya a verter sobre la investigación demasiada objetividad.

Quizá la historia nos haga entender un poco mejor qué ocurre allí, a miles de kilómetros de distancia de nuestro hogar en crisis, que, tras echar un ojo a la situación de estos países, parece el menor de los problemas.

Mientras en la Franja de Gaza las personas mueren de hambre y balas perdidas, en el resto del mundo todos lamentan, pero nadie condena.

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