15.7.10

La otra cara del biodiésel

Algunas teorías apuntan a que, si seguimos explotando de manera desmedida los yacimientos de petróleo, aproximadamente para el año 2050, habremos agotado las existencias del planeta. Terminaremos con nuestra mayor fuente productora de energía. Si a esto le sumamos las claras consecuencias negativas que este hidrocarburo ejerce sobre el medio ambiente, la opción de un nuevo carburante de origen vegetal parece la mejor.

La colza, la soja o la palma son, en la mayoría de los casos, las plantas utilizadas para la elaboración de los llamados biocarburantes o biodiésel. Así, tras extraer de sus semillas el aceite necesario, éste es analizado, refinado, filtrado y finalmente mezclado con metanol.
Desde los medios de comunicación, nos presentan esta nueva opción como la más limpia, ecológica y respetuosa con el medio ambiente, sin embargo nos preguntamos si realmente estamos frente a un balance energético y medioambiental positivo.

Kyoto, 1997. Los máximos dirigentes de los más importantes países industrializados del planeta se dan la mano en una cumbre que crearía una nueva mentalidad verde en la Tierra. Fue el llamado Protocolo de Kyoto. En esta ciudad japonesa, se establecieron un conjunto de medidas para reducir las emisiones de efecto invernadero a la atmósfera. Y una de estas iniciativas fue la incorporación de los biocarburantes en los depósitos de nuestros coches, teniendo que llegar producir más de tres millones de toneladas de biodiésel puro para el año 2020. Se trata sin duda de un objetivo realmente ambicioso.

El consumo en España aún es pequeño, aunque ya es obligatoria su mezcla con gasóleo, en proporciones inferiores al 5%. A no ser que el porcentaje de biodiésel supere esta cifra, no es necesario etiquetarlo. Así, cada vez que repostamos el depósito de nuestro vehículo con gasóleo, una pequeña parte de ese carburante procede de fuentes vegetales, aunque no lo sepamos. Pero, ¿dónde se encuentran estas fuentes? ¿De dónde procede la materia prima? Y lo más importante, ¿dónde se cultiva?

Lo que todos pensábamos. Los países en vías de desarrollo se han puesto en el punto de mira de las grandes empresas europeas productoras de biocarburante, que han visto en sus selvas tropicales una gran fuente de inversión. La facilidad con la que poder hacerse dueños de miles de hectáreas de terreno para la explotación y la mano de obra barata son el mejor reclamo para las potencias europeas.

Así, miles kilómetros cuadrados de bosque primario son deforestados a diario para un uso muy concreto: la siembra de plantas de las que poder extraer el aceite necesario para la producción de biocarburantes. Las cientos de especies forestales y animales son suplantadas por amplias extensiones de monocultivo y la imagen verde del biodiésel se tiñe de gris.

Se trata de países que generalmente poseen una rica diversidad vegetal y animal, pero que, sin embargo, llevan décadas sufriendo una fuerte explotación maderera, que ha llevado a determinadas especies al borde de la extinción. De hecho, casi 9.000 especies de árboles están amenazadas por las garras de la extinción en todo el mundo, debido a la tala industrial. Estamos acabando con los pulmones del planeta.

Al dejar la política forestal del país en cuestión en manos del sector privado, los resultados han sido el aumento del poder de la industria extranjera y la falta de control del Estado sobre la explotación de sus propios recursos. Además, la corrupción y los escasos controles forestales de estos países favorecen, en muchos casos, la tala ilegal.


Los bosques cubren en la Tierra aproximadamente una cuarta parte de su superficie. Sin embargo, no siempre fue así. Cerca del 80% de los bosques originales del plantea han desaparecido. Sólo en el Amazonas, perdemos 2.000 árboles por minuto, unos siete campos de fútbol por minuto.

Representamos la mayor amenaza jamás sufrida por los sistemas de vida de la Tierra. El abuso indiscriminado de los recursos naturales en las últimas décadas nos ha convertido en un depredador insaciable para la naturaleza. La quema de combustibles fósiles y bosques libera gran cantidad de dióxido de carbono a la atmósfera, causando un calentamiento global y, como consecuencia, el temido cambio climático.

Millones de hectáreas son taladas e incineradas para la conversión de estas tierras en cultivos de soja, colza o palma y la posterior producción de biocarburantes. Indonesia se ha convertido ya en el primer emisor de gases de efecto invernadero del mundo, debido a la deforestación. Así, durante los últimos 50 años, se han destruido cerca de 74 millones de hectáreas de los bosques indonesios, para la producción de biocarburantes. Este tipo de acciones podrían ocasionar un verdadero cataclismo para el clima y la biodiversidad del planeta.

Toda reducción de emisiones de gases contaminantes a la atmósfera es importante, pero ¿podemos pasar el problema de un lugar a otro? La utilización de biocarburantes, en efecto, disminuye la emisión de estos gases nocivos, pero ¿qué ocurre cuando para su producción se requiere la quema indiscriminada de millones de hectáreas de bosque?

La implantación de biocombustibles en España aún está en una fase inicial. Nadie sabe cuál será el futuro de esta nueva fuente de energía, ni cómo se desarrollará, ni qué precio social y ecológico tendremos que pagar por ella.

Hace más de diez años, los grandes líderes del mundo industrializado tuvieron una gran idea para salvaguardar nuestros pulmones: la utilización de biodiésel disminuiría las emisiones de CO2 a la atmósfera. Pero ¿consideraron las repercusiones de su ambiciosa decisión? Llegar al 10% de utilización de biocombustibles para el año 2020 podría suponer serios problemas para la calidad de la tierra y la biodiversidad del planeta, además de la destrucción de las selvas tropicales. El debate está servido.

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